En la cotidianidad, nuestra mente se encuentra atrapada en un ciclo constante de preocupaciones. Nos debatimos entre intentar resolver situaciones conflictivas y lidiar con pensamientos intrusivos que nos arrastran hacia el estrés, la fatiga e incluso el insomnio. La simple idea de no saber qué pasará con nuestra vida, nuestra familia o nuestro futuro puede generar una ansiedad difícil de controlar. La ansiedad, en su forma más coloquial, podría definirse como una preocupación excesiva por lo que está por venir, por lo que no podemos controlar.
El estrés y la ansiedad, aunque a menudo se emplean de manera intercambiable, tienen matices diferentes. Ambos son respuestas naturales del cuerpo ante situaciones que percibimos como amenazas. En un contexto de peligro, el cuerpo libera hormonas como la adrenalina, y nuestros sentidos se agudizan para prepararnos para la acción. Este proceso, automático y primordial, es lo que conocemos como estrés. Sin embargo, cuando este mecanismo se prolonga y la amenaza ya no está presente, lo que experimentamos es ansiedad: un estado de alerta constante que nos paraliza, que nos impide disfrutar del momento y nos sumerge en una espiral de preocupación.
Pero, ¿qué ocurre cuando el estrés y la ansiedad se desbordan? ¿Qué sucede cuando, en lugar de ser un impulso para la acción, se convierten en una carga que nos agobia? El estrés y la ansiedad no son intrínsecamente malos. Pueden motivarnos a alcanzar objetivos, a salir adelante. Sin embargo, cuando no sabemos gestionar las emociones, cuando no entendemos cómo funcionan estos procesos, el resultado puede ser devastador.
Es ahí donde entra la importancia de cuidar nuestra salud mental. En medio de un problema o adversidad, nuestro cuerpo y mente entran en modo de supervivencia, buscando soluciones o formas de protegerse. Pero esta respuesta no siempre es suficiente. La falta de conocimiento sobre los padecimientos psicológicos y la ausencia de herramientas para gestionar nuestras emociones pueden llevarnos a caer en lo que algunos llaman la «parálisis cognitiva». En este estado, la mente se bloquea y el cuerpo responde con ansiedad o depresión.
Una frase que encontré recientemente en las redes sociales me hizo reflexionar profundamente: “Lo que no sueltas, lo cargas, y lo que cargas pesa, y lo que pesa te hunde.” Esta idea encapsula de manera poderosa lo que ocurre cuando no aprendemos a soltar aquello que nos agobia. El miedo, la incertidumbre y la carga emocional se acumulan, y terminamos sintiéndonos incapaces de encontrar una salida.
El primer paso para cuidar nuestra salud mental es tan simple como detenernos. Haz una pausa, como la que hiciste al leer este texto. Piensa en lo que estás sintiendo en este momento. Te pregunto: ¿cómo estás? Si tu respuesta es negativa, quizás sea el momento de cuestionarte por qué te sientes así y qué puedes hacer al respecto.
El estrés, aunque es una experiencia común, puede tener efectos devastadores si no se maneja adecuadamente. Pero también puede ser un motor para la acción positiva si sabemos utilizarlo a nuestro favor. Todo depende de cómo afrontemos los desafíos de la vida. El conocimiento y la gestión emocional nos permiten transformar el estrés negativo en un estímulo que nos impulse a crecer.
El manejo adecuado del estrés y la ansiedad no solo mejora nuestra salud mental, sino que también fortalece nuestra resiliencia. La resiliencia es esa capacidad de adaptarnos, de recuperarnos ante la adversidad, y es algo que podemos cultivar. Al entender cómo funcionan estas emociones y aprender a gestionarlas, podemos convertir las dificultades en oportunidades para desarrollarnos como individuos.
C. Raúl Tafoya
Que importante es reflexionar sobre la salud mental. Me quedo pensando en si habrá alguna técnica o procedimiento que podamos aplicar para tener una mejor gestión de las emociones.
Saludos