La Tragedia

Porlaredaccion

16 de abril de 2019

por Vanesa Cruz

En general la mayoría de las personas nos damos una idea de la relación que comparten los siete pecados capitales con vivir o no una vida digna. Estos pecados, también llamados vicios, pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, por ejemplo: soberbia y humildad, avaricia y generosidad e ira y paciencia pero dejando de lado sus antónimo, que se mencionan con el simple propósito de informar y porque como bien se dice “el saber nos hará libres”, hoy conoceremos una de las historias más trágicas relacionadas con los siete pecados capitales cuyos hechos tuvieron lugar en Tepotzotlán, un pueblito alejado de las grandes urbes al que no le hubiera hecho ningún mal tratar de acortar esa distancia, por lo menos en el ámbito educativo.

      Esta es mi historia: una vez conocí a Andrea, una muchacha de cuna humilde a quien sus padres habían educado bajo las normas de la iglesia católica. Por cierto, yo la conocí un día que fui a parar a aquel pueblito por cuestiones de negocios entre su padre y yo, muy católico el hombre, siempre queriendo meter a Dios en todo. Aquel negocio de las reses no era entre los dos, si hacía negocios con él parecía que también tenía que hacerlos con Dios porque todo dependía de él: que si las reses fueran sanas, que si el dinero fuera bueno, que si el trigo y maíz darían buenas cosechas y a tiempo para el engorde, que si…que si…que sí, etc. Vaya que ese tal Dios tenía demasiado trabajo qué hacer antes de que yo pudiera recibir mis reses, pero Dios tenía otros planes tanto para mis reses como para la familia de Andrea.

     Todas las noches, antes de dormir, el padre de Andrea le contaba historias que guiaban a la muchacha en el camino para volverse una católica ejemplar, aquella noche le contó sobre los siete pecados capitales. A la mañana siguiente Andrea estaba muy pensativa, resulta que ella jamás se había preocupado por si estaba exenta o no de estos pecados, pero reflexionando y tratando de encontrar el punto donde su vida y aquellos pecados se habían unido, llegó a la conclusión de que siempre había vivido bajo la sombra de Satanás, una y otra vez pecando a causa de su naturaleza.

    En aquel pueblo, por medio de un altavoz, todas las mañanas daban las noticias más relevantes y alguno que otro anuncio a cinco pesos o diez, dependiendo la extensión de este, que pagaba algún vecino para anunciar a qué hora salía el pan o cual sería el menú de hoy en la comida corrida de Doña Matilde y si sirvieran enchiladitas o no, o los horarios de los huacales más solicitadas por los pueblerinos. Pues esa mañana, entre los anuncios del pan y los huacales, se escuchó retumbar en los oídos de todo el pueblo la noticia que con cada sílaba me alejaba de mis reses: habían encontrado a Andrea colgada de un árbol, con la cara ya morada y los ojos algo saltones. El velorio fue ese mismo día. Mataron una de mis reses para dar de comer a todo el pueblo que asistiría al velorio porque Don Agustín era bien conocido allá y todos lo estimaban debido a su buen carácter y a esa sonrisita que tiene la gente de pueblo que por alguna razón te hace sentir que puedes confiar en ellos. Malbarataron otras cinco para pagar los gastos involucrados y las últimas dos para ofrecer una limosna especial a la iglesia y que así Dios recibiera a Andrea en su santa gloria, aunque todos sabemos que el que se quita la vida ya tiene asegurado el infierno, ¡claro! los padres de Andrea sólo lo hicieron para su propio consuelo. Canijo Dios, no sabe la importancia y formalidad con la que se debe tratar un contrato de compra y venta, la próxima vez que ese maldito fulano ande rondando mis negocios va a ser él quien termine colgado del árbol ¡Que tragedia! Mira que haber hecho un viaje tan largo para regresar con la troca vacía.