Para: Vale.
No espera a nadie, ni siquiera al tiempo. Ahora Valentina solo mira, cierra los ojos…y recuerda.
Imbuida por el clamor de justicia, su interior arde. Apunto de parir, se traviste y parece que apaga la llama que la devoraba por dentro.
Y de nuevo a escondidas se pone la ropa de su hermano mayor. De esa transgresión al régimen patriarcal, a sus 17 años, nace de ella la revolución feminista y la primera revolución social del siglo XX.
Ahí estaba, sentada a la sombra del árbol en el que tantas veces jugo de niña. Las primeras noticias del levantamiento contra el Dictador vuelan, a su lado esta su padre Norberto con la piel marcada por las largas jornadas de labrar la tierra de sol a sol; mientras Doña Carmelita, lejos de ahí aplica polvos de arroz al rostro a Don Porfirio, para afrancesarlo, para negarlo y en su delirio europeo: blanquearlo.
Las alas de Valentina, no serán anónimas, por eso nacen, crecen, se expanden y abrazan la causa. Había que apoyar el sufragio efectivo y la no reelección. Madero la empujo a mimetizarse con el género apuesto.
En secreto, observa cuidadosamente los movimientos de sus hermanos al tiempo que recuerda los de su padre. Sube a caballo, engola la voz, cambia su mirada y camina erguido.
Él que deja de ser ella, endurece la expresión de su rostro, y se cuestiona ¿Qué no las flores hacen la primavera? Pero, para hacerla primavera Valentina pone sus trenzas debajo del sombrero, y piensa – Solo me falta el nombre.
“Soy Juan Ramírez” y Juan con esa contradicción interna, que no lo somete, se suma con arrojo a las filas de la Revolución.
Era 1911 y los dos frentes de batalla se agudizan en poco más de 5 meses, uno lo libraba negándose así misma, no hablaba, ni se muestra, camina distinto, no es ella, cuidaba cada paso para no delatarse y correr riesgos entre tantos hombres. Y el otro frente, dónde el olor a pólvora y a muerte se combinan lo domina, pronto se destaca con la carabina 30-30 en mano, con las cartucheras en el pecho y un sombrero de palma que corta la extensión más bella de su ser.
La ropa holgada, por que su hermano era más alto que ella, lo protegen casi siempre. Se lanza al combate en el puente Cañedo en Culiacán. ÉL es un guerrero, un revolucionario épico que salió de ahí victorioso y Teniente.
El olor a pólvora se terminó para ella y se terminó la dualidad con que lucho, el caballo al que da de beber en un río, accidentalmente le tira el sombrero y la descubren, sus trenzas la dejan expuesta. No estaba permitido, para una transgresora, para una mujer tomar las armas.
Parece que cuando el sombrero cae, se le cayó también la vida.
Ya son muchos años, el dolor de sus amores, la lejanía de los sueños y la nostalgia de los campos la consumen. Ahora es ella y la tranquilidad de su cuerpo. Pide limosna y es creyente. La causa por la que lo transgredió todo triunfo. Ahora la persigue el olvido. Es una batalla que aun libra Juan Ramírez y Valentina Ramírez, la Leona que parecer la revolución se convirtió en hombre.
Por: Noé Meneses.